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lunes, 3 de septiembre de 2012

Muere el ‘Comandante Ríos’, un mito de la guerrilla antifranquista


José Murillo, ante un cartel de la 'Caravana de la Memoria Histórica', con la que recorrió España en 2002. / Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE).
En la madrugada de ayer falleció en Madrid José Murillo, el Comandante Ríos de la guerrilla andaluza.


 Lamentablemente, muchos españoles ignoran que, además de la persona, ha fallecido un héroe de los de carne y hueso. Y algo más: todo un símbolo de la lucha contra la dictadura de Franco y contra el olvido de lo que supuso.
De hecho, la mayor parte de quienes saben de su existencia, por exceso o por defecto, piensan que los guerrilleros fueron perseguidos por su actividad durante la contienda, pero no fue así. Murillo es la más señalada representación de lo contrario. Su vida demostró que el franquismo quiso exterminar a los republicanos, a todos los demócratas, cuando, desde el Primero de Abril, ya sólo quedaba un bando, el ganador.



Porque Murillo nació el 9 de abril de 1924 en el pueblo cordobés del Viso de los Pedroches. No hizo la guerra. Se echó al monte en 1941, con 17 años, cuando la Guardia Civil y grupos de falangistas fueron a por su padre, simpatizante de UGT, porque se animó a volver al pueblo dos años después de que acabase la Guerra Civil, en la que participó como soldado republicano. Fue sencillo: el Jefe de Falange de su pueblo, que se llevaba bien con él, avisó a su padre para que huyera. Le dijo que, si se iba y el muchacho se quedaba en casa, los asesinos se lo harían pagar a él.
Huyó con su padre en los más duros momentos de la guerrilla sureña. Dejaron detrás a su madre y sus hermanos. Ellos sí lo pagaron. Su madre pasó cinco años encarcelada sin que nunca le juzgaran y, al principio, se llevó con ella a su hermana de meses. Sus hermanos, abandonados, sufrieron hambre y enfermedades. Y la pequeña, cuando creció un poco, se la dieron a las monjas.
No supo de ella hasta muchos años después, cuando murió Franco y llegó la democracia. Era monja en el Vaticano. El propio Comandante me contó un día que cuando se vieron por fin, ella le dijo que estaba casada con Dios. Y él, risueño como siempre, comentó que qué pena no haberlo sabido antes para evitar cárcel y calamidades diciendo que era cuñado de Dios. Cada uno en su mundo, explicó, se adoraban. Y ella no ocultaba su admiración a pesar de la educación que le habían inculcado, radicalmente contraria a los principios de su hermano.
Su padre también pagó cara la osadía de enfrentarse al franquismo en los años más oscuros de su dominio. En 1944, fue detenido tras resultar herido en un enfrentamiento con la policía. Poco después, según el parte oficial, se ahorcó en la celda con su propio cinturón. Murillo siempre creyó que le mataron después de torturarle.
Murillo (en el centro, con traje y corbata) posa con otros guerrilleros a la entrada del Congreso, en mayo de 2001, cuando se aprobó por unanimidad una proposición no de ley en la que se les declara "combatientes por la libertad". / AGE
Le llamaron “Comandante” porque desde los 18 años mandó la agrupación guerrillera que operaba entre Córdoba, Sevilla y Badajoz. La propia Guardia Civil elevó su figura a esa categoría para otorgarse importancia dándole más relieve a su persecución. Y lo de “Ríos” se lo ganó por ser un experto en vadearlos, el primero de la fila que marcaba el paso mientras atravesaban las corrientes heladas. Como hombre del campo, se las sabía todas. También era el primero cuando se veían obligados a marchar en las noches sin luna. En medio de una oscuridad completa, porque no podían encender ninguna luz, iba a la cabeza de un grupo cuyos componentes se unían entre sí agarrando un pañuelo y se guiaba por la cara y la cruz de las cortezas o las hojas de los olivos y encinas. Si eran rugosas, del norte. Si tiernas y suaves, del sur.
Cuando ya era Jefe de Batallón, en la primavera de 1947, un Guardia Civil le metió varias balas de su “naranjero” en un enfrentamiento. El grupo se había separado y acabó huyendo solo, empapado en sangre, hasta que cayó desmayado en un zarzal. El perro de un pastor le descubrió y su familia le llevó a su cabaña, donde le curó. La imagen amorosa de la hija del pastor quedó para siempre en su retina porque le cuidó día y noche hasta que se recuperó y volvió con sus compañeros, que le habían dado por muerto. La familia hizo que pasara por ser su primo con el nombre de Manuel Sánchez y le ayudó a guardar su secreto hasta 1949.
Murillo llevó esas balas hasta la muerte porque cuando quiso quitárselas no pudo y cuando pudo –se las quiso quitar un ilustre médico del PCE en la cárcel– le dijeron que no eran peligrosas porque se había formado una especie de quiste sebáceo protector que rodeada cada trozo de metal.
El chivatazo de un ex guerrillero que le vio e identificó en el pueblo de Huelva donde estaba, le llevó a la cárcel de Sevilla en 1949, donde pasó dos años encerrado en la celda número 7 de los condenados a muerte. Le salvó de la muerte un amigo de la infancia, un religioso que se llamaba Eulalio pero había tomado el nombre de Fray Dionisio del Viso, pero no evitó que pasara de la cárcel de Sevilla a Madrid y luego a Burgos, que fuera juzgado y condenado dos veces a muerte, ilegalmente, por el mismo delito y que, al final, estuviese encarcelado 14 años en Ocaña y Burgos. Sumado a sus ocho años de guerrilla, cumplió un total de 22 años de prisión por luchar contra el franquismo.
El 'Comandante Ríos' (primero por la derecha), junto con otros compañeros, en la prisión de Burgos. / foroporlamemoria.info
Desde la cárcel se carteó cuatro años con la hermana de un compañero de celda comunista: Genoveva, una mujer tan entera como él. Otra luchadora. Y cuando salió de las cárceles, en 1964, se casaron.
Sufrieron lo suyo para conseguir trabajo siendo quienes eran. Otro mito de la lucha antifranquista, el padre Llanos, les echó una mano, como a tantos. No alcanzó una pensión a la que su lucha le hizo acreedor. Pero él continuó peleando. Siguió siendo, además de guerrillero contra Franco, “guerrillero contra el olvido”, como define a los suyos su compañero, el guerrillero leonés Francisco Martínez, Quico. Sobre todo,  desde la Junta Directiva de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio (AGE) que ha sostenido otra luchadora más, Dolores Cabra, con la que recorrió España con la Caravana de la Memoriarecordando a todos los que no fueron nunca bandoleros, como pretendía el Régimen de Franco, y que la suya fue la lucha de los últimos soldados republicanos, de la resistencia que combatió al franquismo con las armas en la mano. Contando, en fin, la heroica historia de la “guerra chica”, como Murillo comentaba con dulzura que sus nietos pequeños llamaban a la “guerrilla”.



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